Joaquín Vara de Rey y la batalla de El Caney

Frank Jastrzembski

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Frank Jastrzembski

Joaquín Vara de Rey y la batalla de El Caney

«Cuando el ejército estadounidense atacó El Caney, no contaba con la figura del general Vara de Rey y con unas tropas tan fieras y aguerridas como las que este tenía bajo su mando»

General Arsenio Linares y Pombo

Tras casi nueve horas ininterrumpidas de combates y unas bajas que superaban el 80%, al general Joaquín Vara de Rey y Rubio no le quedó más opción que ordenar a sus hombres abandonar las defensas de El Caney. No cabía vergüenza alguna en esta retirada, los 520 regulares y guerrillas españoles bajo su mando habían luchado como leones y desangrado a una división estadounidense en franca superioridad numérica, que sumaba 6500 hombres, comandada por un veterano de la Guerra de Secesión, el general Henry W. Lawton. En un exceso de soberbia, Lawton había subestimado la firmeza de estos defensores y había anticipado apenas resistencia en su marcha para reforzar el asalto norteamericano sobre Lomas de San Juan. El hombre que dirigía las defensas españolas le sacaría de su error.

La tenacidad de los defensores y la valentía de Vara de Rey, de 57 años de edad, no tuvieron parangón en toda la Guerra Hispano-Estadounidense. Para calmar e inspirar a sus hombres para que permanecieran en sus posiciones, el general no dudó en exponerse al peligro de forma temeraria, pareciendo invulnerable a las balas enemigas. Su uniforme de rayadillo bordado con galón dorado, su amplio sombrero jipijapa y su colosal barba cana contrastaban sobre el verde y marrón del paisaje, convirtiéndole en blanco destacado para los Springfields y Krags enemigos. Estadounidenses, españoles y cubanos presentes aquel día hubieran estado de acuerdo con la afirmación de un testigo que aseguró que el general hizo gala de un formidable arrojo durante todo el enfrentamiento.

Segundos después de que Vara de Rey diera órdenes de abandonar El Caney y retirarse hacia Santiago, dos balas impactaron contra sus piernas casi simultáneamente. El general se derrumbó presa del dolor. Un ayudante corrió en su ayuda y ordenó a cuatro soldados subirle a una camilla. Gravemente herido, cabe preguntarse si Vara de Rey encontró cierta paz sabiendo que había hecho su parte para minar la ofensiva sobre Lomas de San Juan y que la conducta de sus hombres aquel día probablemente fuera el despliegue de fortaleza más admirable demostrado por los españoles durante toda la guerra.

El hombre tras la defensa

Joaquín Vara de Rey y Rubio había nacido en 1840 en la isla de Ibiza. A la edad de 15 años entró en el Colegio General y, tras su graduación, ingresó en el Ejército español con el rango de subteniente. El 1872 participó en la sangrienta Tercera Guerra Carlista que desgarró España durante cuatro años, y en 1884 recibió su traslado a las Filipinas, ascendiendo al rango de teniente coronel. También en el Pacífico, entre abril de 1890 y agostó de 1891 sirvió como el 41.º gobernador político militar de las islas Marianas.

Cuando solicitó el traslado a Cuba en 1895, no era ajeno a conflictos con insurgentes. Antes de El Caney, su hazaña más loable tuvo lugar el 5 de julio de 1896, cuando lideró un regimiento durante el asalto a un bastión rebelde en la Loma del Gato. Durante el combate, que se prolongó durante seis horas, sus bajas fueron estremecedoras, 80 muertos y 160 heridos. Los rebeldes cubanos hubieron de lamentar 10 muertos y entre 40 o 50 heridos. La batalla se hubiera considerado como una derrota española si entre las víctimas no hubiera estado José Maceo, hermano de Antonio Maceo, afamado líder guerrillero y segundo al mando del Ejército Libertador cubano. Como recompensa por acabar con el líder rebelde Vara de Rey fue ascendido a general de brigada y puesto al mando de la brigada de San Luis.

Retrato del general Joaquín Vara de Rey y Rubio de la galería de hijos ilustres del Ayuntamiento de Ibiza.
El Caney: Las Termópilas de Cuba
El 1 de julio de 1898, los 6500 hombres de la 2.ª División de Lawton (aproximadamente la mitad de los efectivos del V Cuerpo, bajo el letárgico y torpe mando del general William R. Shafter) se aproximaron a la aldea de El Caney, a unos 8 km al noreste de Santiago. La población contaba con apenas un puñado de endebles edificios de piedra y similar número de calles, pero los españoles lo habían convertido junto con sus colinas circundantes en una imponente posición defensiva que aseguraba un acceso estratégico a Santiago. La guarnición española se componía de tres compañías de regulares del 1.er batallón del 29.º Regimiento «de la Constitución», 40 hombres del Regimiento de Santiago y una compañía de guerrillas desmontadas, con dos cañones Plasencia de retrocarga. En total, 520 hombres bajo el mando directo de Vara de Rey.

A pesar de la aplastante inferioridad numérica, la posición defensiva de El Caney era uno de los mayores obstáculos con los que se habían encontrado los estadounidenses desde su desembarco en Cuba. La posición se apoyaba en un vetusto fuerte de piedra conocido como El Viso, en el linde derecho del pueblo, a una elevación de 30 m. Un soldado anotó que descansaba en la cima de la colina como el «cráter de un volcán» y afirmaba que era «inexpugnable a cualquier asalto».

 

Vista de El Caney, con el fuerte de El Viso al fondo y un blocao en primer plano.
Se abrieron aspilleras en los muros de las casas para permitir a los españoles disparar a resguardo. Seis blocaos de madera, una serie de alambradas de espino y una línea de trincheras en zigzag de unos 45 metros y co la profundidad suficiente como para cubrir a un hombre hasta los hombros, interconectaban la posición.

Lawton dispuso a sus tres brigadas principales (Ludlow, Miles y Chaffee) para envolver la posición de Vara de Rey y cortar su línea de retirada hacia Santiago. Pretendía lanzar un asalto bien coordinado y cohesionado sobre el baluarte español una vez que lo hubiera ablandado con su artillería. La acción comenzó al amanecer, a las 6.30 horas, cuando cuatro cañones de la Batería «E» del 1.º de artillería de los Estados Unidos descargó una cortina de fuego para hacer añicos la posición defensiva antes del asalto general. Desafortunadamente para los hombres de Lawton, la mayo parte de los disparos alcanzaron la aldea en vez de hacer mella alguna en el fuerte, las trincheras o los blocaos.

 

Trincheras españolas en El Caney.
El avance de las líneas de infantería norteamericanas fue frenado en seco por un muro de plomo a unos 900 metros de la posición, cuando los Mausers españoles comenzaron a abrir fuego. Las unidades de vanguardia, que marchaban a campo abierto, sufrieron unas bajas escalofriantes. Un testigo afirmó que caían «como si fueran mazorcas de maíz cercenadas de los tallos por el cuchillo gigante de un segador inexorable». Otro observador aseguró que «El Caney se había tornado en un auténtico volcán en erupción al que era imposible acercarse». Lawton pronto se dio cuenta de que Vara de Rey y los defensores no serían presa fácil. En un momento de la acción, Shafter le ordenó que suspendiera el costoso enfrentamiento, pero Lawton había comprometido demasiadas tropas como para retirarse, y puede que fuera consciente de que una victoria española podría ser un duro golpe para la moral estadounidense.

Un respiro en la batalla permitió a Vara de Rey reorganizar su línea defensiva y hacer preparativos para lo que sería el asalto final y el más sangriento. No llegó ningún refuerzo para socorrer las maltrechas defensas de El Caney y la munición estaba casi agotada. Los estadounidenses se lanzaron en oleadas, una tras otra, directos contra el intenso fuego enemigo: su ímpetu fue demasiado para los defensores y su línea comenzó a ceder. Los norteamericanos finalmente pudieron hacer uso de sus cañones y comenzaron a pulverizar las defensas, explotando una brecha en la posición española por la que se precipitaron los hombres del 12.º y del 25.º regimientos de los Estados Unidos. Vara de Rey ordenó a sus hombres abandonar El Viso y reorganizarse y tomar posiciones en el interior del pueblo.

 

Artillería estadounidense en El Caney.
En un intento de espolear a sus hombres en el momento crítico de la batalla, Vara de Rey cayó abatido con heridas en ambas piernas. Según era retirado en camilla, el grupo se vio bajo el fuego enemigo: una bala atravesó el cráneo del general, que murió al instante. Dos de los camilleros también perecieron. El ordenado repliegue pronto degeneró en desbandada, aupando a los triunfantes americanos a ocupar El Caney.

Solamente ochenta de los aguerridos defensores (la mayoría heridos) consiguieron escabullirse y alcanzar Santiago, los demás murieron o fueron apresados. Entre los muertos se encontraban dos hijos y un sobrino de Vara de Rey, mientras que su hermano fue hecho prisionero tras resultar herido. Los estadounidenses pagaron un alto precio: sus bajas alcanzaron los 81 muertos y 360 heridos. Una fuente calificaría El Caney como «la batalla más encarnizada de la guerra». Lawton ordenó enterrar en cadáver de Vara de Rey en una sencilla tumba en el campo de batalla.

Prisioneros españoles tras la batalla de El Caney.
El legado de Vara de Rey
A pesar del estereotipo de la inferioridad de los soldados y oficiales españoles en Cuba durante la guerra, los norteamericanos trataron a Vara de Rey con gran respecto por su bravura y su bizarra defensa. Cinco meses después de su muerte, un grupo de oficiales españoles regresó a Cuba para repatriar los restos del general. El gobernador militar en funciones de Cuba, el general norteamericano Leonard Wood, recibió a la comitiva a su llegada declarando que «el general Vara de Rey fue un hombre valiente, y nosotros honramos su memoria», y prometiendo toda la ayuda que estuviera en su mano en su misión. Localizar el cuerpo no fue tarea fácil para el equipo de exhumación español –incluso llegaron a desenterrar huesos de una mula pensando que eran los del difunto– hasta que el general Manuel Valderrama finalmente identificó el cadáver. Cuando el féretro se deslizó por los maderos del muelle hacia el vapor que le llevaría de vuelta a España, Woll y su Estado Mayor se descubrieron e inclinaron sus cabezas en señal de respeto por el fenecido general.

Joaquín Vara de Rey y Rubio recibió a título póstumo la Laureada de San Fernando y se levantó en su memoria una estatua de bronce en su Ibiza natal, describiendo su muerte en batalla. Las ruinas de El Viso pueden aún visitarse hoy día, junto con varios monumentos decrépitos dedicados a los soldados españoles y norteamericanos que combatieron y murieron en las Termópilas de Cuba.

Estatua de Joaquín Vara del Rey en Ibiza.
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